El grupo de anoréxicas: una alternativa nutritiva

 

Prólogo


En los tiempos actuales el culto al cuerpo parece haberse convertido en una nueva religión. La búsqueda del ideal estético en una imagen corporal perfecta, la lucha incesante que persigue el apoderarse del control del cuerpo, y la obligación de conseguirlo, - sea a través de la disciplina del ejercicio físico, del ayuno y la abstinencia en la dieta, o hasta de la amputación quirúrgica -, lleva camino de convertirse en un sacrificio, en una penitencia ampliamente extendida y socialmente aceptada. Sin embargo el sentimiento de culpa y transgresión que siempre acompañó a los excesos carnales, del cuerpo y del sexo, parece haberse transformado ahora en sentimiento de dominio y triunfo. La humanidad parece sublevarse a las limitaciones corporales que la biología impone al ser humano. La fealdad, la decrepitud, y hasta la obligada e inevitable pertenencia biológica a un, y solo un, sexo, ya no se soporta en la pasividad y en la resignación. Cada cual quiere dotarse del sexo y del cuerpo que su deseo reivindica y exige. La arruga y la prominencia inconvenientes se suprimen o modifican a la carta, y el bisturí se impone al cuchillo de sierra en el fino corte de la carne "en su punto". Aún más; lo que fue rasgo definidor y diferenciador, los atributos anatómicos de uno y otro sexo, parece diluirse. Se ha vuelto no sólo legítimo, sino hasta prudente, dudar de la verdadera naturaleza que se esconde bajo la apariencia del partenaire desead@. La arroba viene con su duplicidad, que suprime y ahorra la doble referencia masculino-femenina, a materializar en el papel escrito, la ambigüedad, políticamente correcta, que nos invade. ¿Quién se atreve a declarar públicamente su preferencia por la clara diferenciación, que no discriminación, de sexos?. ¿Quién osará hablar de identidad sexual en vez de identidad de género?. Por cierto hablando de géneros: ¿quién, hombre, mujer o neutr@, es capaz de reconocerse en sus limitaciones, dicho más claro, en su castración?. El pudor se ha transformado en exhibición, la intimidad en espectáculo, la humildad en exhuberancia. La culpa y la vergüenza, que acudía al confesionario y al diván, se transforma y cacarea en alarde desinhibido en el plató televisivo y en la revista del corazón.
¿Por qué comenzar así el prólogo de un libro dedicado a una larga, y silenciosa, experiencia terapéutica con un grupo de adolescentes anoréxicas? ¿Cuál y cuanta es la influencia de este contexto psico-social en la expresión clínica o en la génesis de este trastorno, y en nuestra práctica y decisiones profesionales?. Tratemos de aproximarnos a la cuestión.
En un relativo paralelismo con este panorama, donde todo se publica y se vende al día, aunque luego a la larga hasta en los medios científicos puede pasar que lo que se dió por cierto resulta ser falso, también la respuesta sanitaria tiene exigencias de imagen pública y de inmediatez. Los ritmos que la gestión sanitaria actual, por los costes que genera, impone, obligan a la intervención "protocolizada", universalizada y sobre todo económica, es decir, rápida y tan breve como se pueda. La discreción y la reflexión pausada parecen anticuallas destinadas al baúl de los recuerdos. El consejo inmediato y la pauta de actuación "de demostrada eficacia y eficiencia" barren la prudencia, y la incertidumbre que solo la experiencia permite descubrir en la complejidad de los hechos clínicos, de la retorcida naturaleza humana.
Este libro, en cambio, y con él su autora, el servicio y el hospital que amparan el trabajo en que se basa y que promocionan esta publicación, - el Servicio de Psiquiatría del Hospital de Basurto -, se sitúan a contracorriente. Primero, porque se nos propone frente a la comprensión y la acción directa, "el tiempo largo" que, como ciertos historiadores modernos postulan, es el único que permite el despliegue y el análisis de "macrosecuencias". Señalemos que estamos hablando de modificar el funcionamiento psíquico rígidamente consolidado de adolescentes particularmente obstinadas. Segundo, porque se nos propone pensar desde el silencio y la escucha, para elaborar lenta y pacientemente. Es decir el polo opuesto del hacer inmediato, en respuesta a la presión social, si es posible con mucho ruido y mejor en la línea de lo que se quiere oír.
Este libro describe, con valentía y sin reparos lo que piensa una terapeuta, que nos (se) muestra y nos (se) expone, en un exhaustivo recorrido intelectual en compañía de los autores que han fecundado su elaboración, las ideas que han sostenido su larga y difícil experiencia. Solo quienes han convivido en semejante situación comprenderán el mérito de mantenerla y además dedicar un esfuerzo suplementario a elaborarla mentalmente. Conviene decirlo porque probablemente habrá quien piense que el relato se descompensa hacia lo intelectual, hipertrofiando la comprensión desde la teoría psicoanalítica. Seguramente los lectores curiosos, entre los que me cuento, lamentarán que, sea por discreción, o porque la autora reserva energías para hacerlo posteriormente, se nos cuente muy poco de lo que se dijo e hizo, tanto en el grupo de pacientes como en el de padres. A no dudar que mucho profesionales que enfrentan el desafío de tratar la anorexia lo agradecerían.
Volviendo y matizando el contexto actual, recordemos que corren vientos que dicen que habría que culpar a la moda y a su exigencia estética, y a su canonización como norma de éxito social, de una responsabilidad causal en la enfermedad. Se trataría pues de un trastorno causado por la sociedad.
¿Trastorno, - víctima pasiva-, o enfermedad -construida activamente-? ¿Y qué tipo de enfermedad?. Terreno resbaladizo en el que los profesionales de la salud mental están condenados a entenderse con los padres. Sostengo que sin colaboración , y elaboración, por parte de la familia, no hay salida posible a la enfermedad. Y puesto que con esta palabra me mojo, también me explico.
Entre las muchas adolescentes que se imponen dietas y ayuno, solo a algunas las calificamos, con criterios médicos, tanto somáticos como psicopatológicos, de anoréxicas. En esta restricción diagnóstica reside sin duda la confusión de cifras que con intereses diversos se divulgan. Y mientras los medios de difusión hablan de una imparable y maléfica epidemia de los tiempos modernos, los medios sanitarios tratan de imponer cierta cordura…hasta donde la presión mediática se lo permite. Recordemos que recientemente ha sido la presión de las asociaciones de familiares, la que, a través de la prensa y de las interpelaciones parlamentarias, ha conseguido una movilización de las autoridades sanitarias que los profesionales, pese a sus múltiples esfuerzos, intentos e informes técnicos, no habían conseguido.
Quienes pensamos que una anoréxica está enferma, y está psíquicamente enferma, necesitamos hablarlo con ellas y con sus familias. La gravedad de la situación somática y la amenaza de muerte inmediata que a veces conlleva obliga a acciones vitales urgentes e indispensables. Pero no se puede perder de vista que esa urgencia corporal y ese cuerpo caquéctico es el resultado de un largo y complicado camino, de un recorrido doloroso y difícil de rectificar, porque está sostenido por una determinación enfermiza, que los que la comparten, fundamentalmente los padres, reconocen, aunque lógicamente les duela el calificativo de sufrimiento….mental. Y aún mucho más si sustituimos el sustantivo, sufrimiento, por el de enfermedad. Y sin embargo….
¿Que quiere una anoréxica? Imponerse a su cuerpo. Determinar absolutamente que solo necesite lo que ella decida. Por ejemplo, que no crezca, sobre todo a lo ancho, es decir que no se desarrolle...sexualmente. Que su cuerpo no crezca a su aire desobedeciéndole, que no se someta a su voluntad. Todo el mundo sabe que cuando una anoréxica es capaz de establecer una relación de pareja sexuada, y más aún cuando accede a la maternidad, aunque sólo sea en la fantasía, su destino cambia definitivamente. Pero nadie se resiste más que ellas a aceptarlo. Su gravísima (no) transformación corporal, el imposible frenazo antibiológico que pretenden imponer a su cuerpo, como si este no fuera parte de sí mismas, tiene un escudo muy sólido: "mi problema es que mi cuerpo no tiene apetito", "yo sí quiero pero mi cuerpo no puede". Y en esta lucha insufrible es donde quienes las quieren y protegen, sus padres, quedan atrapados en un dilema imposible. Paradoja que trató de resolver drásticamente un planteamiento hospitalario clásico, el consistente en imponer la separación radical de la familia.
Y que ha tenido que ser revisado cuando se ha entendido la tarea agotadora de los padres, que no provocan pero que sí responden, reforzándolo, al empecinamiento que la anoréxica mantiene, porque su supervivencia psíquica le exige hacerlo, a pesar del riesgo de muerte corporal.
Si obedecen y respetan la autonomía que su hija exige, asisten impotentes a su ruina progresiva. Si con dolor deciden salir de la pasividad, imponiéndole la obligación de cuidar su cuerpo y exigirle que se alimente, se encuentran con una oposición feroz y la acusación de intrusión y violencia. "Ni contigo ni sin ti tienen mis males arreglo" y es así porque, una de las características, de la psicopatología, de este comportamiento es la necesidad de mantener y de imponer una situación de dependencia. "Si no os ocupáis permanentemente de mí me muero" es el mensaje de una conducta de la que nadie puede escapar. Y menos si ese alguien quiere a la persona que se lo impone, y que tampoco ayuda al hacerlo diciendo querer lo contrario: "dejadme en paz porque ya sé yo lo que tengo que hacer".
De este apasionado dilema y de cómo hay que pensar para tratar de resolverlo trata este libro. Nos ha parecido una excelente razón para prologarlo y editarlo. Y más cuando además procede de profesionales a los que nos une la amistad y el haber compartido nuestras responsabilidades terapéuticas en eso que llamamos la psiquiatría pública. Espacio en el que esperamos que lo que este libro sugiere facilite encuentros productivos entre pacientes, familiares y profesionales.

Alberto Lasa Zulueta.
Profesor Titular de Psiquiatría de la Universidad del País Vasco
Bilbao 2002